El título es cuanto menos atrevido, pero fue justo lo que se me vino a la mente cuando el pasado martes salí de la Catedral de Valencia con el rabo entre las piernas.
Sé que no acostumbro a utilizar esta plataforma para nada más que escribir reseñas literarias o alguna que otra curiosidad histórica pero sin duda alguna necesito expresar la rabia y desazón que invadió mi alma el día que intenté entrar a la Seo a orar frente al Santo Cáliz y solo podía hacerlo previo pago.
Ocho euros es el valor que tiene para la Santa Madre Iglesia la necesidad de sus feligreses de encontrar consuelo espiritual en sus reliquias más preciadas, reliquias que durante años se han encontrado solitarias en capillas abandonadas a los que mis pasos adolescentes, años atrás, se dirigían en busca de un bálsamo para mi alma acongojada por los devenires de la pubertad.
No puedo evitar escribir estas líneas entre lágrimas ante la injusticia que me parece que le pongan precio y horario a la fe y a la devoción. Es un hecho que la manutención de obras arquitectónicas tan preciosas y magníficas como es en este caso la Seo de Valencia conllevan un gasto que entre todos tenemos que sufragar, pero ¿No lo hacemos ya con nuestras contribuciones personales, con las ayudas estatales y la exención de impuestos tales como el IBI, o con todas las posesiones que la Iglesia abarca? ¿No ayudan suficientemente a su protección todas estas cosas y la inversión que se realizan desde distintos organismos públicos?
Yo podía pagar esos ocho euros, podría pagarlo esa y las mil y una veces más que necesitara recogerme, en mi caso, en la capilla del Santo Cáliz, pero ¿Cuántas personas que quieran simplemente deleitarse con su imagen no podrán? No puede ocurrir esto, no al menos a los valencianos que amamos nuestra Catedral, que valoramos las reliquias que contiene y que si pensamos en un sólo paisaje del skyline valenciano, inevitablemente se nos viene a la mente, la silueta de la Catedral bañada de palmeras y naranjos con el Miguelete a su izquierda y custodiada por la plaza de la Virgen y de la Reina por su anverso y reverso.
Desde que se corrió el rumor que en mi preciosa tierra se encuentra el verdadero cáliz, he tenido que colarme aprovechando puertas abiertas o días especiales para encontrarme con él, pero de unos meses hasta esta parte se ha convertido en una tarea prácticamente imposible. Desde aquí y mediante una carta que pienso escribir al Cabildo de la Catedral, al obispo o al mismo papa de Roma quiero elevar mi enfado con la Iglesia y su gestión, tanto de la Catedral como de las reliquias que allí se encuentran, proponer diferentes alternativas que beneficien, al menos a los ciudadanos de la capital, e invitar a la Iglesia a reflexionar detenidamente, con mi máxima humildad, si la fe y el consuelo espiritual de un cristiano tiene precio u horario.
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